Del siglo XIV son las primeras noticias que conocemos de ganaderos navarros. Las reses de esta tierra, cuyas vacadas se extendieron en tiempos pasados por Aragón, Levante y La Rioja, son pequeñas, muy vivaces y bravas, de muchos pies, capas coloradas y castañas con algunos ejemplares negros, y defensas muy características, delgadas, en forma de lira. Son toros muy listos y pegajosos, por lo que los toreros los han ido marginando pese a su escaso tamaño.
Las ganaderías más emblemáticas de este encaste fueron la del marqués de Santacara (considerada por algunos como la fundacional), y las de Guendulain, Lizaso, Zalduendo, Carriquiri, Lecumberri y Pérez-Laborda. Aunque el ganado navarro ha dejado de lidiarse en festejos mayores, aún existen criadores que, con encomiable empeño, dedican sus esfuerzos a intentar devolver el esplendor a unos toritos que gozaron del favor del público por su desbordante bravura.
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